miércoles, 24 de marzo de 2010

El hombre perfecto

Nunca he solido voltear a ver a los hombres; de hecho nunca lo he hecho, se me hace de mal gusto.
He aquí algunos piropos que nunca diré (jamás)



De que juguetería saliste... muñeco.
Amor, si amarte fuera trabajo, no existiría el desempleo.
Acabo de encontrar al padre de mis hijos.
Quien fuera bizca, para verte dos veces.
¿Hijo de Apache? !!! APACHITO!!!
¿Eres como el oso?, mientras más bueno más hermoso.



Sin duda, no soy yo. Definitivamente, no.



Sin embargo, ayer, créame que me encontré con el hombre de mis sueños y actué como una verdadera experta. Un hombre alto, moreno, delgado, de ojos grandes y negros, nariz grande, sonrisa blanca y muy atractivo, con cierto aire hindú (que hasta la fecha estoy convencida de que sí lo es, tomando en cuenta mi fascinación con esa cultura). No pude evitar perseguirlo por toda la escuela como una maniática y ahora que me pongo a pensar, ¡qué estúpida me ha de haber visto!

Pero finalmente, paso a un lado, aún no sé si es alumno o maestro pero podemos coincidir en algo: aún no es el hombre perfecto. ¿Qué carajos es un hombre perfecto? No lo sé, pero debe cumplir con ciertos requisitos los cuales no se asemejan en nada a una cara bonita.

Solían decirme que la base del amor es un buen conversador o versadora; la belleza es temporal, si uno lograse platicar durante todo el día y toda la noche sin aburrirse con una persona, iban por buen camino. Los seudo test de las revistas que uno lee en los consultorios porque no hay nada mejor que hacer dicen que debe existir un 60% de compatibilidad con el OTRO de lo que uno hace, ve, escucha, siente, toca, anima, emociona, etc, etc.

Que si deja el plato en la mesa, si lee el mismo autor, si le gusta los macarrones con queso, lavarse los dientes antes de dormir, aplastarse de lado izquierdo de la cama, no sorber la comida, escuchar Depeche Mode, La Negra, Lou Amstrong, El Rafa, cocinar, tallar las prenditas antes de lavarlas, no gritar en público, levantar el polvo de las sábanas diariamente. Si, sin duda soy extremadamente quejumbrosa.

No sé ni su nombre, ni su nacionalidad, en qué trabaja, qué estudia, ¿estudia?, ¿está casado? ¿tiene hijos?
¿tiene alguna enfermedad mental, dental, venérea? ¿Lo volveré a ver? Quién sabe, seguro que no. Ni es parte de mi realidad ni yo soy parte de la suya.

Lo cierto es que ayer lo vi y es, aún, totalmente imperfecto.


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